Nada fue igual, desde la llegada de los planteles hasta el horario del partido porque merodeaba el sentimiento de que algo único e inexplicable estaba por empezar y que sería difícil de olvidar.
El piberío, esos que vieron como Atlanta se salvaba del descenso en 2003 o se frustraban con el equipo dirigido por Salvador Pasini, comenzaban a codearse con la historia grande de la institución. Por eso algunos ni siquiera pudieron dormir pensando en el clásico.
Tres horas antes del partido la gente con su bandera, gorrito o mascota bohemia (sí, una persona llegó con su perro) se empezaba a acercar para comprar las primeras entradas del encuentro.

Los minutos pasaban y la espera para el arranque se hacía eterna. Las puertas de entrada al estadio se abrían y a de a poco la multitud comenzaba a agolparse pintados de azul y amarillo. El alambrado de la tribuna local, a una hora del partido, se encontraba repleto de banderas colgadas.
En el ingreso al estadio ya se comenzaba a organizar la fiesta para la salida al campo de juego de los jugadores. Los globos, papelitos y bombos sobresalían por sobre el resto y las camisetas bohemias ya inundaban la escena.
Y llegó el momento del partido, la popular colmada a flor de piel y los jugadores listos para salir a combate. Era la hora señalada tras 12 largos años.
Primero fue el turno de los visitantes de saltar al verde césped, frente a una estruendosa silbatina y saludo a los allegados y dirigentes alojados en la tribuna visitante. Después, la explosión y el salto a la fama frente a la TV Pública. Con los mellizos Soriano a la cabeza y el capitán Rodrigo Llinas, volaron los globos y papelitos y el cielo se tiñó de azul y amarillo.
Todo listo, todo preparado y Héctor Baldassi dio comienzo a las acciones del juego. En la platea y en la tribuna seguía la fiesta, aunque faltaba parte de la misma: los hinchas visitantes.
Pero…no se iban a quedar afuera. O sí se quedaron, pero se hicieron presentes. Un humo rojo, blanco y negro comenzó a aflorar desde la calle Dorrego, ahí por donde pasa el tren San Martín, justamente. Y claro, eran ellos, los hinchas funebreros que desde las vías del ferrocarril tiraron la pirotecnia. Y la respuesta no se hizo esperar, los locales tiraron todo el arsenal a la cancha y con las ruidosas bombas de estruendo y fuegos artificiales y al ritmo de “Chaca sos cagón” de todo el estadio al unísono minimizaron a los rivales.
El duelo de esta nueva historia había sido escrito. Los primos se volvieron a ver las caras una vez más.
El barrio se vistió de fiesta.
Demasiado clásica, viejo. Demasiado obvia. Busque originalidad, no juegue a lo seguro. La idea es buena, pero le faltó PROFUNDIDAD, creatividad.
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